jueves, 28 de agosto de 2008

Gonzo.

Me estoy convirtiendo en el viejo de las películas, ese con un pasado brillante que ahora se acuesta todas las noches mareado, con ganas de vomitar, arrastrando los pies hasta una cama sucia, arrugada y amarillenta. Ayer ni siquiera era tarde, y mi cabeza buscaba desesperada el suelo, la horizontalidad, el negro olvido que es el sueño.

¿Cómo he llegado a esta situación donde hastío y desidia gobiernan mis días y anulan mis noches? Es triste decir que sé que debo afeitarme cuando los pelos que surjen de la comisura de mis labios me atragantan. Su sabor rancio, su olor putrefacto y su textura seca son una sensación cotidiana que no me resulta repulsiva, además, me resulta curioso ver las expresiones de asco de la gente que me mira. No sé cuándo me acostumbré a que la gente se apartase de mi camino, como si fuera un apestado que muestra sus bulbas publicamente en la edad media. Las uñas de mis pies, infectas, supuran en tonos pastel y mostaza, dejando a mi paso en rastro maloliente, nauseabundo.

De repente mi existencia es bizarra, surrealista. Gusanos que caminan erguidos deforman su extremo superior y con una mueca espantosa sonríen a mi pálida figura, levantan una pata con la que sujetan un pañuelo blanco, comen hojas de parra, hilan pantagruélicos ovillos de seda que surjen de sus anos, dilatados y desmesurados.
Los miro en silencio, camino entre ellos, pero no me atrevo a hablar, ni aunque parezca que ellos me saludan, tengo la certeza que una sagrada jerarquía puede ser violada, que lo mejor que puedo hacer es guardar respetuoso silencio a los invertebrados.

martes, 12 de agosto de 2008

Se fue sólo y volvió por la mañana, sonrisa perenne en su rostro deformado por el cansancio y el alcohol. Se que no valgo para nada, me dijo mientras enrollaba un billete de cinco euros, pero la quiero como nunca antes.

Hacía unos meses que ella lo había dejado, pero de vez en cuando todavía se veían, donde hubo fuego... Otras veces no follaban, sólo se encontraban para poder discutir y hacerse daño, cuestión de costumbres, a veces ella sólo le decía que se había acostado con otro, él que se había ido de putas. Muchas veces no era cierto, pero eso no importaba. Cada uno pensaba que el otro nunca sería capaz de mentirle, no cabe la mentira en una relación de amor como la suya.

Aquella mañana él llegó muy borracho a mi casa, hablaba de autodestrucción, de odio y sin dejar que una sola lágrima se acercara a sus ojos me dijo que cuándo le diera por ahí se iba a suicidar, que acabaría colgando del techo de su casa, pero antes vendería todos los muebles, se quedaría sólo con la silla que empujaría con sus pies. Yo después de mirarle a los ojos sólo pude negar con la cabeza y ofrecerle otra cerveza. Siempre hay una cerveza en mi casa para un amigo.