viernes, 28 de marzo de 2008

Me voy



Nos vamos a verlo, la putada es la Rosenvinge, lo se, lo se.

Vértigo


Subió de mi estómago a mi cabeza con la velocidad de un rayo. Todo giraba a mi alrededor, como en órbita, me agarré a lo primero que pudieron asir mis manos, pero cedió en un segundo, y me encontré en una espiral sin fin que me engullía. Cuándo llegue al suelo mis manos intentaban fijar el mundo, pero sólo un metro cuadrado seguía inmóvil, todo los demás seguía en su infinito viaje circular. En un instante mi boca se llenó de saliva que rebosó, cayéndo en un delgado hilo que formó un charco entre mis dos manos extendidas.

- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Te vi en el marco de la puerta, tu cabeza estaba quieta y fija, pero tu cuerpo era una especie de péndulo que no cesaba de oscilar, cinco como tú se acercaron a mi desde cualquier punto, me agarraste de las axilas y ayudaste a que me incorporara.
Sentado, sentí como poco a poco la saliva se convertía en un agrio líquido, mi cabeza no paraba de dar vueltas, y de repente mi cuerpo se encogió y luego se estiró de nuevo, una masa de alimentos y jugos surgió de mi garganta y llenó mi boca hasta que la presión hizo que me convertiera en una extraña fuente de color. Rápidamente el ambiente se cargó de un olor desagradable, un olor que me recordaba a tiempos lejanos. Casi incosciente me di cuenta que me tumbabas en la cama, quise decir algo, pero sólo acerté a ladrar.

Con los ojos cerrados, de repente sólo silencio, tranquilidad, sueño.

lunes, 24 de marzo de 2008

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Espere con paciencia a que el viento cesara y las nubes rompieran a llover. Las gotas empapaban mi cuerpo y mi cabello. A mi alrededor la gente corría a refugiarse mientras yo, inmóvil, me mantenía con una sonrisa de felicidad en la mitad de la calle, impasible. Cada gota que golpeaba mi cuerpo era un breve instante de gozo, me pareció que alguna nube se apartaba o desaparecía, y los rayos del sol que atavesaron en el espeso manto desmenuzaron las gotas de agua en brillantes colores que iluminaron el cielo. Vi un millón de mariposas y escuché la risa más alegre del mundo, una mujer desnuda levitaba a mi lado y con cuidado susurró muy cerca de mi oído:

- Bienvenido al punto más álgido de tu maravillosa vida bipolar.

jueves, 13 de marzo de 2008

Soledad, (en este horror no hay literatura)

El colchón no tenía somier, estaba en el suelo, dos guías de teléfonos a cada lado realizaban las labores improvisadas de mesillas. Una amarillenta foto descansaba sobre un modesto marco de madera, dos niñas juegan con sus muñecas. Él estaba acostado sobre el colchón, con los ojos abiertos miraba el techo que estaba demasiado cerca. No se merecía aquello, vivía en un inmundo trastero. Miró a su derecha y vió la montonera de cacharros sucios, latas de conserva e inmundicia que amenazaba con cubrir toda la casa de moho. No quiso verlo y cerró los ojos, sólo un instante, y giró la cabeza, dónde sabía le esperaba la amarillenta foto. ¿Cuántos años hace ya de eso?

Cree recordar que un día tuvo una familia, pero el recuerdo se hunde en un mar de barbitúricos y alcohol, quizás sólo lo soñó, aquellas cenas de nochebuena con marisco en la mesa, regalos para los nietos y alcohol. Siempre recuerda el alcohol, quizás eso fue lo único que existió en su vida. Pero él cree recordar, y recuerda hijos,y amigos y alcohol, y cree que un día estaba trabajando y le iba bien, y se acuerda de una mujer, vagamente recuerda cuarenta años, y le parecé que una vez le pegó y que se rió de ella, y vuelve a recordar el alcohol.

Le gustaría saber quiénes son esas niñas, seguro que si se esfuerza puede recordar cómo eran y que les decía, quizás pueda recordar el día que nacieron o sus primeros pasos. Saca un cigarrillo negro de un paquete blando y lo enciende con una larga calada, se fija que los calcetines están rotos y su dedo gordo parece un mejillón de larga que es la uña, sonríe por un instante, mientras el humo sale en bocanadas de su boca. Está seguro que recuerda el nombre de las niñas. Se incorpora con dificultad, y camina hacía la montaña de humedad que descansa en el fregadero, escoge el vaso menos sucio y lo enjuaga rápidamente, en una bolsa plástica guarda tres cartones de vino. Sus temblorosas manos apenas tienen la fuerza suficiente para abrir el vino, que se desparrama por el suelo y por sus sucias manos. Ingiere un puñado de pastillas diminutas, y de sólo un trago bebe el vaso de clarete. No se sentía bien, su vista jugaba con los objetos que estaban a su alrededor, el marco de madera giraba entorno a su cuerpo como un satélite en torno a un planeta baldío. Sacó otro cigarrillo, era ya el último, y con su temblorosa mano lo encendió decidido, antes de echarse en el raído colchón.

Su cabeza esta mareada, a su pecho le cuesta respirar, y gotas de sudor cubren su decrépito cuerpo. Quiere recordar a las niñas de la foto una vez más, y le parece escuchar carcajadas inocentes resonando en el pequeño estudio, tiene su nombre en la punta de la lengua, y se esfuerza en pronunciar, pero la tos en ese momento se vuelve convulsión, y en un esputo rojizo que sale por su boca y deja una mancha extraña en el colchón. Cuando se da cuenta sus pulmones se han olvidado de respirar, y aunque él quiere recordar, un segundo antes de que su corazón deje de latir, le da tiempo a pensar que será una suerte si el hedor de su cuerpo putrefacto alerta a los vecinos.

sábado, 8 de marzo de 2008

Nada importa.

Según los clásicos griegos, la ataraxia es un estado mental que consiste en el control de las emociones y los sentimientos para alcanzar de un modo sencillo la felicidad. Es sencillo imaginarse a Mersault al lado de Epicuro, susurrándole al oido me importa una mierda, mientras el griego le ofrece una pastilla de color violeta.

Vivir por el simple hecho de vivir sin darle mayor importancia es sin duda un arte, y prácticarlo sin caer en pensamientos suicidas una habilidad que pocos alcanzan. Es difícil despreciar el dolor de quién quieres, aunque filosóficamente hayas tomado una postura de indiferencia y menosprecio ante el drama y la angustia que acarrea la vida. No querer es un precio demasiado alto.

No tengo ninguna duda de la importancia de quitarle hierro a las situaciones cotidianas que nos son adversas es la raíz de la serenidad y el progreso moral, y también de un estado que se puede parecer a lo que una vez se denominó felicidad, sin embargo, cuando el camino te pone delante un obstáculo que no puedes saltar, ¿cómo afrontarlo sin caer en el drama? Es realmente difícil y frustrante no ser capaz de no darle importancia, de dejarlo pasar como una ola que rompe en la arena y vuelve a engullirla el mar. Seguro que si Mersault hubiera existido, y su historia fuese real, cuando estuviera en su celda esperando la hora de su muerte, no desearía que la multitud lo recibiera con gritos de odio, si no que pediría perdón, y suplicaría por su vida.

martes, 4 de marzo de 2008

Un ratillo del trabajo.

Me despierto en un colchón que está tirado en el suelo, por la ventana entran unos débiles rayos de luz que golpean con fiereza mis ojos y mis sienes. Oigo un chorrear contínuo, supongo que estoy meando.

Me levanto dificultosamente y observo horrorizado que el colchón está lleno de moho, y mi cuerpo tiene un color verduzco, como si fuera radioactivo. El frescor del moho es agradable, así que me pongo los pantalones, recojo las gafas de sol del viejo parquet y salgo a la calle, descalzo y con el torso desnudo de un color verde ciénaga. Mi barba es larga y desaliñada, fruto de varios meses de abandono, los pelos que entran en mi boca me recuerdan al inmundo colchón.

El sol golpea fuerte mi rostro, y poco a poco asumo que mis gafas de sol son demasiado pequeñas y no me vendría mal un sombrero de paja. Al final de la calle una mujer muy alta y delgada baila encima de un barril de ron. Lleva un sombrero extraño.

- ¿Qué llevas en la cabeza?. Mi voz suena como si nunca antes hubiera sido pronunciada. Ella me mira lentamente, sus ojos son verdes, del color de la ciénaga.

- Una sandía abierta y tres raspas de sardina.

Mi mente se colapsa, el sol cada vez es más caliente, y mis gafas de sol más pequeñas.

sábado, 1 de marzo de 2008

Poeta (fragmento de algo más grande que no termina)

La noche caía fría en la ciudad, en alguna habitación silenciosa y oscura unos padres lloraban a su hija muerta. Mientras, el poeta observaba desde una azotea las luces que dotaban de un halo divino los edificios que rozaban las nubes. Se frotaba las manos para desentumecerlas, mientras una mueca se formaba en su boca dejando ver cada vez más una encía descarnada que mostraba casi completamente la raíz de su colmillo, afilado e infecto. Sus pensamientos ya no son ahora románticos, y donde antes surgían bellas palabras ahora sólo brota bilis de un hedor que emponzoña el aire a su paso, marchitando las flores y atrayendo moscas, insectos y ratas que buscan alimento en la suciedad que flota en el ambiente. El Poeta seguía recitando, pero su objeto de inspiración ya no era su Musa, ni cosas bellas que enternecen, si no la oscuridad, el arrepentimiento y la muerte, sobre todo la muerte, que ejercía una inspiración sobre él que nunca antes había sentido. Sentir en sus manos un cuerpo inerte, todavía caliente, era algo que no podía explicar con versos, pero que llenaba su alma de una tranquilidad que le era cada día más necesaria. Su conciencia se agitaba inquieta mientras él notaba que la necesidad de comprender la muerte lo inundaba de sentimientos, lo hacía reir y llorar y convertía su vida en una vida, real.