viernes, 28 de marzo de 2008

Vértigo


Subió de mi estómago a mi cabeza con la velocidad de un rayo. Todo giraba a mi alrededor, como en órbita, me agarré a lo primero que pudieron asir mis manos, pero cedió en un segundo, y me encontré en una espiral sin fin que me engullía. Cuándo llegue al suelo mis manos intentaban fijar el mundo, pero sólo un metro cuadrado seguía inmóvil, todo los demás seguía en su infinito viaje circular. En un instante mi boca se llenó de saliva que rebosó, cayéndo en un delgado hilo que formó un charco entre mis dos manos extendidas.

- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Te vi en el marco de la puerta, tu cabeza estaba quieta y fija, pero tu cuerpo era una especie de péndulo que no cesaba de oscilar, cinco como tú se acercaron a mi desde cualquier punto, me agarraste de las axilas y ayudaste a que me incorporara.
Sentado, sentí como poco a poco la saliva se convertía en un agrio líquido, mi cabeza no paraba de dar vueltas, y de repente mi cuerpo se encogió y luego se estiró de nuevo, una masa de alimentos y jugos surgió de mi garganta y llenó mi boca hasta que la presión hizo que me convertiera en una extraña fuente de color. Rápidamente el ambiente se cargó de un olor desagradable, un olor que me recordaba a tiempos lejanos. Casi incosciente me di cuenta que me tumbabas en la cama, quise decir algo, pero sólo acerté a ladrar.

Con los ojos cerrados, de repente sólo silencio, tranquilidad, sueño.

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