martes, 4 de marzo de 2008

Un ratillo del trabajo.

Me despierto en un colchón que está tirado en el suelo, por la ventana entran unos débiles rayos de luz que golpean con fiereza mis ojos y mis sienes. Oigo un chorrear contínuo, supongo que estoy meando.

Me levanto dificultosamente y observo horrorizado que el colchón está lleno de moho, y mi cuerpo tiene un color verduzco, como si fuera radioactivo. El frescor del moho es agradable, así que me pongo los pantalones, recojo las gafas de sol del viejo parquet y salgo a la calle, descalzo y con el torso desnudo de un color verde ciénaga. Mi barba es larga y desaliñada, fruto de varios meses de abandono, los pelos que entran en mi boca me recuerdan al inmundo colchón.

El sol golpea fuerte mi rostro, y poco a poco asumo que mis gafas de sol son demasiado pequeñas y no me vendría mal un sombrero de paja. Al final de la calle una mujer muy alta y delgada baila encima de un barril de ron. Lleva un sombrero extraño.

- ¿Qué llevas en la cabeza?. Mi voz suena como si nunca antes hubiera sido pronunciada. Ella me mira lentamente, sus ojos son verdes, del color de la ciénaga.

- Una sandía abierta y tres raspas de sardina.

Mi mente se colapsa, el sol cada vez es más caliente, y mis gafas de sol más pequeñas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo más sencillo, sentido con profundidad y expresado con belleza: arte. Enhorabuena.