Me despierto en un colchón que está tirado en el suelo, por la ventana entran unos débiles rayos de luz que golpean con fiereza mis ojos y mis sienes. Oigo un chorrear contínuo, supongo que estoy meando.
Me levanto dificultosamente y observo horrorizado que el colchón está lleno de moho, y mi cuerpo tiene un color verduzco, como si fuera radioactivo. El frescor del moho es agradable, así que me pongo los pantalones, recojo las gafas de sol del viejo parquet y salgo a la calle, descalzo y con el torso desnudo de un color verde ciénaga. Mi barba es larga y desaliñada, fruto de varios meses de abandono, los pelos que entran en mi boca me recuerdan al inmundo colchón.
El sol golpea fuerte mi rostro, y poco a poco asumo que mis gafas de sol son demasiado pequeñas y no me vendría mal un sombrero de paja. Al final de la calle una mujer muy alta y delgada baila encima de un barril de ron. Lleva un sombrero extraño.
- ¿Qué llevas en la cabeza?. Mi voz suena como si nunca antes hubiera sido pronunciada. Ella me mira lentamente, sus ojos son verdes, del color de la ciénaga.
- Una sandía abierta y tres raspas de sardina.
Mi mente se colapsa, el sol cada vez es más caliente, y mis gafas de sol más pequeñas.
martes, 4 de marzo de 2008
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1 comentario:
Lo más sencillo, sentido con profundidad y expresado con belleza: arte. Enhorabuena.
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