jueves, 9 de junio de 2011

El carnicero de Leonard Cohen.

Ten valor, hijo mío,
decapítalo.
Deja tras de tí
un cuerpo inerte y violáceo
que no puede reprochar
las noches de insomnio,
el tiempo perdido.
Su frío cuerpo no protestará
después del
último estertor
de su pulso sanguíneo.


Atrévete hijo mío
y que tu afilada hoja
entre incipiente en
su cuello.
Ahoga la excitación de esta
cálida alma,
y escupe con rabia
el rencor de estos octubres
llenos de otoño.

Atrévete hijo mío
y degüellalo;
haz que su sangre espesa
corra y resbale
por tus manos tiernas,
arrebata esa vida que no ha sido
más que un instante,
y al final, sinceramente,
arrepiéntete.

viernes, 27 de mayo de 2011

Lamento de una vida pasada.

Por qué tengo estas ganas de llorar

si el el sol está brillando,

y se ilumina mi cara.

Será que mi alma es sombra,

que no existe el mañana,

o esta visión cegadora

que aparece a mi espalda.


Por qué está mi estómago revuelto

hoy que no he comido más que aroma,

se revuelven mis entrañas ante

esa mirada sucia y condenada,

de personas sin alma ni alimento,

que se venden al diablo

a cambio de una vida desgraciada.


Por qué mis vísceras sangran

y se esconden del vampiro

que les espera en lo profundo

de esta morada.

Saben que sólo son alimento,

restos de una vida pasada,

el recuerdo de que existí

hace años, y ahora

ya no recuerdo nada.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La herida sangrante.

Brota de mi llaga abierta
otra vez esta sangre oscura,
brota de mi llaga abierta
esa sangre dulce y puta,
inunda con violencia
la hoja en blaco, yerma,
que ha dejado atrás mi pluma.

Escupe mi llaga abierta
un torrente de sangre
oscura;
de maldiciones, frustradas
amarguras,
brota un manantial de inquina
que hasta el horizonte
todo anega; y cubre carmesí
mi vista y
me ciega.

Vomita sangre oscura
mi llaga abierta
y no se cierra,
y a cada gota me consumo,
me diluyo
como un halo en la niebla;
mientras,
brota sangre oscura
de mi llaga abierta
y no cesa.

viernes, 21 de enero de 2011

Cuando sonó el teléfono, estaba hurgándome en lo más profundo del ombligo, intentado atrapar con la punta de mis dedos esa pequeña pelusilla que reside en en él desde los inicios de los tiempos. Es una tarea que puede parecer desagradable, incluso asquerosa,pero una vez que estás en la faena, resulta ya no placentera, si no que además te acerca a tus orígenes, de una manera básica y bastante rudimentaria, no lo vamos a negar, pero efectiva. Ni tengo que argumentar porqué me molesta que me interrumpan en el medio de tareas tan necesarias e ineludibles.


  • Buenos días.

  • Buenos días. ¿El Sr. Pérez?

  • Bueno, soy Manuel Pérez, no sé si soy el Sr. Pérez, en realidad nunca antes me habían llamado señor, normalmente me llaman Manolo. Pero supongo que para todo hay una primera vez, seguro que usted sabe a lo que me refiero.

  • Sí, Sr. Pérez, los años pasan para todos, y no pasan en balde, si no que pesan como losas. Pero deje que le cuente el motivo de mi llamada. -su tono de voz es tan dulce como puede serlo la de un varón de treinta y cinco años- Lo primero que debo decirle es que usted no me conoce, o dicho de otro modo, yo no tengo el placer de conocerle. Y no llamo para importunarle, si no para hacerle una pregunta, una única pregunta, si usted me permite hacerla, y si, además, es tan amable de contestarla.


A estas alturas, yo ya sospechaba que la tan amable y misteriosa llamada, escondía en realidad una venta encubierta de algún tipo de producto. Lineas telefónicas, aspiradores, colchones de látex, una estupenda colección de tarteras, o cualquier otra estupidez de dudoso uso. Pero como acababa de descubrir que podía seguir hurgándome el ombligo con la mano derecha, mientras con la izquierda sujetaba el teléfono a mi oreja, decidí corresponder al desconocido de la melodiosa y casi angelical voz, con tanta amabilidad como me fuera posible.


  • Si lo que usted quiere es únicamente que le responda a una simple pregunta, y de ello depende su inmediato bienestar, ¿cómo podría negarme yo? Adelante, formule su pregunta.

  • Muy amable. Mire, la pregunta es la siguiente, ¿es usted feliz?


Las palabras entraron en mi cerebro como una bala de 9 mm. Lo primero que vino a mi mente es que las posibilidades de que un hombre llame a mi teléfono particular, y precisamente me realice esa pregunta, no son muy altas. Es realmente improbable. Quizás ese hombre desconocido no me intenta vender nada y me ha llamado por una razón. Quizás ese hombre me hace esa pregunta porque sabe la respuesta. Desde hace cinco años he intentado responderla por todos los medios. Cada mañana cuando me levanto, cuando acabo de desayunar y cuando llegó al trabajo me hago esa pregunta. Cuando me levanto de mi pequeña mesa de oficina para ir a mear, siempre me hago esa pregunta. Cuando almuerzo, cuando llego a casa y me hago la cena y cuando me estoy quedando dormido, todos los días, me pregunto si soy feliz. Pero la realidad es que no lo sé.


  • Sr. Pérez, ¿sigue usted ahí?

  • Sí, estoy pensando la respuesta. Es que no es precisamente una pregunta fácil, compréndalo.

  • Por supuesto que lo entiendo. Pues nada, tómese usted el tiempo que crea necesario.

  • Es que mire, aunque usted no lo crea, me hago esa pregunta bastante a menudo. No es fácil ser feliz, algunos dicen que es tan sencillo como tener dinero o disfrutar del amor correspondido. Pero que algún iluso intente pensar que es feliz. Vivimos en un mundo lleno de deseos incumplidos y de imágenes de triunfo emocional, social, económico, familiar, laboral. ¿Quién puede llegar a las expectativas? Nadie puede sentirse totalmente satisfecho en todas las facetas, no bajo estos estándares. Y cuando la vida te pone en tu sitio, cuando te das cuenta de que no eres Templeton Peck, ni James Bond, cuando eres adulto, y miras a la vida con toda la monotonía insoportable que trae, cómo puedes entonces ser feliz. Sin entrar en el momento en el que de verdad somos James Bond, ¿usted me entiende? Mire todas esas personas que han llegado a ser grandes estrellas de la música o actores millonarios, han logrado todo lo que han querido. Todas sus ambiciones y deseos los han hecho realidad, y aún así, en ese momento, dudan de su felicidad. Alguien les dice, ¿pero como puedes ser feliz si los niños de Etiopía se mueren de hambre? ¿Sabes que en Finlandia matan a crías de focas para hacer abrigos con ellas? Hubo un terremoto en la otra parte del mundo y un pueblo se quedó sin agua potable, ¿qué haces ahí, siendo feliz? Y ellos lo dejan todo para ir a ayudar en la otra parte del mundo, buscando el bienestar de forma global porque se ha dado cuenta de que nada más pueden hacer por su propia felicidad. Pero bueno, dígame, ¿usted que opina?

  • Hombre, la verdad es que yo quería hablarle de la nueva línea de adsl de T***** Realmente le hará un hombre feliz con su inigualable velocidad de descarga y su reducido ping para juegos online.

  • ¿Y los niños de Etiopía?

  • ¿Qué ocurre con lo niños de Etiopía?

  • Bueno, me preguntaba si podría ser feliz incluso cuando recordase a esos pequeños niños con los estómagos hinchado por la inanición. Normalmente me ponen muy triste, sabe. Aunque no tanto como para hacer una maleta e irme yo mismo a alimentarlos. Sería horrible que por culpa de su conexión a internet, acabase en el África más profunda, a expensas de cualquier enfermedad. Es que soy un poco hipocondríaco.

  • Lo entiendo. Le puedo asegurar que sería usted el primer cliente al que nuestra conexión adsl le provocase un deseo irresistible de realizar labores humanitarias en África. Por lo menos no es una anomalía documentada.

  • Bueno, de todas formas tengo un compromiso de permanencia con mi compañía actual.

  • En ese caso no le molesto más, Sr. Pérez. Que tenga usted un muy feliz día.

  • Igualmente.


El teléfono empezó a emitir ese molesto tono intermitente justo antes de que colgara el teléfono. Mientras araño mi ombligo intentando dejarlo totalmente limpio, no puedo dejar de pensar que no me resulto extraño que me llamaran señor Pérez, y que el ombligo no es más que una fea cicatriz.

martes, 28 de diciembre de 2010

Actualiza tu estado.

Parece que es una forma de decir que continúas vivo.

Estoy empezando a odiar esos cuadraditos para actualizar estado que ahora encuentras en todas las páginas web. Nunca sé que decir, y todos, absolutamente todos, acabamos utilizándolos para escribir la letra de una canción que nos gusta, o una cita de Schopenhauer. Qué ridiculo, una persona diciéndole a sus amigos "you hit me with a flower" o "las nieves del tiempo platearon mi sien" Extraños mensajes en un código secreto que sólo nosotros conocemos. Una clave que puedes descrifar si prestas atención, pero no tan obvia que sea literal.
Personas inteligentes y suficientemente artísticas y sensibles por sí mismos, que recurren a pequeñas perlas de la cultura pop para poder expresar de forma turbia y fuera de contexto sus emociones. Lo hacemos porque necesitamos comunicarnos, pero no nos damos cuenta que esa no es una verdadera comunicación, no se interactúa, no se expresa una inquietud de forma sincera a un amigo o a un grupo de ellos. Simplemente, son burbujas de humanidad de la única forma en la que no nos vemos totalmente desnudos. No mostramos nuestro espíritu brillante o herido a nuestros semejantes, si no que dejamos que les llegue el reflejo de su luz a través de un espejo, embadurnado por la niebla que son las palabras de un poeta. Perlas de la cultura pop, que de un modo u otro, nos han hecho sentir y queremos que todo el mundo sepa que somos capaces de sentir, como si hubiera que despejar dudas. Que no se olviden de nosotros, hemos actualizado nuestro estatus. Me he comunicado, le he dicho al mundo: "I see a red door and want it painted black"

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Soy.

Soy la luna, el reflejo de
la noche.
Soy la lluvia, el agua que
corre.
Soy el silencio, el que
siempre se esconde.
Soy calles vacías y aceras,
y buzones.

Soy la locura, un grito que
se ahoga.
Soy el tedio, tortura que dura
miles de horas.
Soy la madre, inmaculada a los
ojos de su hijo.
Soy vísceras calientes y moho,
y crucifijos.

Soy el esperma, una gota
de saliva.
Soy el dinero, un monstruo
infinito.
Soy el sida, un asesino esperando
en sigilo.
Soy el cuchillo y la carne,
soy la víctima.
(quizás el suicida)

lunes, 15 de septiembre de 2008

Fragmento de algo inconcluso. (El tatuaje)

El sudor recorre nuestros rostros, empapándolos. En la calle se escucha el estruendoso alboroto que provoca la turba de vagabundos lisiados y deformes que nos persigue, olisqueando el aire, rastreando ya no la sangre que brota de nuestras heridas abiertas, si no la que corre por nuestras venas, oculta. Perros callejeros aullan a la luna, hambrientos. El Sr. Hulot y yo nos escondemos en un viejo almacén, dónde sólo quedan calendarios eróticos y una enorme turbina, vestigios de una época de actividad que ya sólo es un recuerdo en aquella ciudad. Hulot se entretiene mirando uno por uno los almanaques que yacen en el suelo, chupando de su pipa de un modo cada vez más gustoso y sonoro. Me viene a la mente que un calendario con una mujer o un hombre desnudo es el único de su especie que no pierde su función una vez pasa año viejo. Cuando él se gira hacia mi puedo ver en su brazo una gran humedad que mancha su abrigo de un color carmín azulado.

-Sr. Hulot, está ud. sangrando.

Ahora no se muy bien que pasa, en menos de un segundo su rostro pasa de una sonrojez que casi lo muestra embriagado por las muchachas de los calendarios, a un instante de azul añil con un hermoso final de palidez extrema, de una pose gótica, y de un desvanecimiento propio de la mejor heroína de los años cincuenta, montando gran escandalera, por lo que se me hiela la sangre pensando en los vagabundos que nos buscan feroces en las calles. Con rapidez me acerco a él, que afortunadamente conserva la consciencia, le ayudo a sentarse y le quito la gabardina, por suerte el corte no es muy grave, ya ni siquiera sangra, aunque hay sangre seca que bajó hasta el codo. Tapado por la sangre se entreve un tatuaje que muestra a una mujer desnuda que surge de una concha marina. De repente el Sr. Hulot, avergonzado, se incorpora recuperando muy rápido su color habitual, aunque sospecho que por razones diferentes.

- Qué vergüenza, buen amigo, un hombre que se desmaya al ver sólo un poco de sangre.
- No se preocupe, a todos nos impresiona más cuando la sangre es nuestra.

Unos minutos de silencio, yo pienso en el tatuaje, él mira su herida, como siempre parece leerme la mente y comienza a hablar, casi entonando.

- Hace años, cuando yo era joven y servía a esto que se llama patria en África, los soldados bebíamos hasta perder el control cada noche de la semana, rodeados de bailarinas y un humo dulce que nos embriagaba de un modo extraño, aunque placentero. Una noche, entre carcajadas y arcadas cuando no vómitos, tres compañeros y yo ideamos una apuesta. Yo, mísero de mi, debía subirme a lo alto de la muralla que resguardaba la ciudad, punto militar estratégico, o eso nos decían nuestros mandos, que ya sabe lo que se le puede creer a un mando sea de lo que sea. Lo cierto es que desde lo alto del muro debía saltar hasta un pajar que se encontraba en tierra firme esperando. Permítame explicarle en que consistía la apuesta, resulta que en el pajar me esperaba una amable señorita del burdel, con una pierna mirando a los Pirineos y la otra a Vigo, que era el lugar en donde yo tenía que aterrizar en cópula perfecta, estableciendo a la pobre muchacha el rol de juez, pues para yo poder declararme ganador del reto, ella debería puntuarme al menos con una puntuación de ocho sobre diez, esto es, notable alto.

Yo lo miro con los ojos a punto de salirse de las cuencas, a lo ridículo de su historia debo añadir que este pobre hombre nunca dejó a una mujer lo suficientemente satisfecha como para un notable alto. Lo miro de arriba a abajo y quedo convencido, a no ser que se ayudase de elementos externos, como vibradores, látigos o enteógenos. Él, simplemente, golpea su pipa contra el suelo para limpiarla, la carga con un pellizco de tabaco y después de dos largas y profundas caladas continúa con su monólogo.

-Por supuesto la puntuación era algo que no me preocupaba, pues ya me había encargado de que la muchacha me puntuara con una nota de doce sobre diez pasara lo que pasara, así que con mis tres compañeros subí a lo alto de la muralla, me quité pantalones, ropa interior y decidido me subí a lo más alto, no sin que a mis compañeros se les ocurriera primero hacerme girar hasta que mis andares eran totalmente de pato. Decidido cogí impulso y brinqué con un grácil e improvisado salto del ángel. Sólo la mala fortuna hizo que mi vuelo errase su rumbo completamente, cayendo en plancha a los pies de mis compañeros, que comentaban con mucha gracia que estaban a punto de miccionarse encima. Créalo usted o no, en mi corto vuelo me había dado tiempo a conseguir una posición casi perfecta en mi acrobacia, con la consecuencia de que mi forzado aterrizaje fue en mayor medida con mi apéndice nasal, o sea con mi nariz, que no pudo soportar y quebró estrepitosamente, rompiendo a sangrar con amazónico caudal. No me dio tiempo siquiera a maullar una queja, que mis compañeros ya me había asido por las axilas, y a carcajada limpia me habían vuelto a colocar en el improvisado trampolín. Recuerdo que entre la embriaguez, el mareo, y las lágrimas que provocaba mi fracturada nariz, más que saltar me desvanecí, cayendo esta vez no ejecutando el salto del ángel, si no una serie interminable de tirabuzones errantes. Una gota de sangre se cruzó por delante de mis ojos, enrojeciendo la luna llena. Lo siguiente, dolor, gritos de la pobre muchacha, oscuridad, silencio. Me desperté a los dos días en una cama de hospital, tenía las dos piernas fracturadas, traumatismo craneoencefálico y una nariz que el cirujano calificó como irrecuperable. La pobre chica estaba a mi lado, en la caída la había golpeado con mi cabeza en su esternón, resultando éste roto y mi traumatismo, además con mis rodillas... digamos que yo tenía las piernas rotas y ella el pubis fracturado. Pobre chica, sólo era un poco mayor que yo, tendría entonces veintitrés años, y cuando yo me fui todavía estaba rehabilitándose, después de siete meses. Cuando salí del hospital me hice ese tatuaje que usted vio y por el que muestra callado interés.

Permanezco en silencio durante unos minutos, todavía escucho a los enfurecidos vagabundos gritar con odio desmedido, llaman por sangre y venganza. Me corroe la curiosidad y con una certeza absoluta de que me arrepentiré de preguntarlo me dirijo a Hulot.

-Y por qué se tatuó ud. una mujer saliendo de una concha, no lo entiendo.

El Sr. Hulot me mira incrédulo durante por lo menos diez segundos, finalmente, con los ojos vacíos, me contesta.

-Querido amigo, no sale de una concha, está sentada en una silla de ruedas.
-¿Se tatuó una mujer en una silla de ruedas?

Él calla, y esta vez sí, otorga. De nuevo silencio, yo ya no pienso en el tatuaje, Hulot mira la herida de nuevo con fascinación. Sé que aquí he cometido un error, sólo el azar no te puede llevar a una situación como esta. Mi compañero definitivamente está loco. De repente, anhelo fervientemente que la turba entre en el almacén abandonado, me encuentren, e inclementes amputen mis miembros. Deseo ver mi intestino esparcido por el suelo y que me ahorquen con él.