viernes, 11 de abril de 2008

Horror.

Cuando me desperté me dolía todo el cuerpo. Había dormido sentado, mi espalda desnuda apoyada contra la pared de hormigón. El sudor hiciera que la piel se adhiriese al cemento,la primera vez que quise despegarme grité de dolor. Mis brazos eran torpes, estaban llenos de moratones y pinchazos infectos. Quise recordar qué hacía allí, pero al verte tumbado a mi lado me acordé, cerré los ojos para que la cabeza dejase de latir, una náusea casi me tumba, te dije algo, que te levantaras, pero no respondiste. Arriba que ya es tarde, yo me había puesto de pie pero caminaba encorvado, te dí una patada de buenos días, y por primera vez, sonreí. Tenía hambre y recogí la bolsa plástica con los yogures y la fruta, serían un buen desayuno, con suerte dejaría de temblar y mi cuerpo se enderezaría. Me fijé en tus botas militares sin cordones, era como un sueño nebuloso y mezquino, estabas inmóvil, los pantalones vaqueros estaban muy sucios, tenías el cinturón enredado en el brazo, flojo caía hasta el suelo. Cómo si me dieran un golpe me dí cuenta que la piel de tu cuerpo era de un color morado que transmitía una sensación de frío que llegó hasta mi espalda de un latigazo. Me acerqué a tí lentamente diciendo tu nombre, tu rostro era un gesto de horror, las ojeras ríos de infortunio, en la comisura de tus labios se había secado la espuma que salió de tu boca. Te agarré del brazo y quise que te levantaras, pero no me llegaron las fuerzas, al mover el brazo la jeringuilla que todavía estaba dentro de tí se movió como un burlón péndulo. A mi me pareció una burla, entre el acero de la aguja y tu piel, sangre coagulada sellaba tu destino. Perdí los nervios, la vida ahora si que era horrible, te sujete por los hombros y empecé a balancearte frenético. No podía creer que te hubieras muerto, que le diría ahora a mamá, tendría que mentirle, pues la verdad, como siempre, era terrible.

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