viernes, 18 de abril de 2008

Seis meses.

La consulta del médico estaba llena de jubilados y yonkis en busca de recetas. Yo entonces ya sabía que me estaba muriendo. Espere casi una hora a que el pequeño altavoz anunciase mi nombre, la gente me miraba con envidia mientras entraba en la consulta. El doctor estaba sentado en su escritorio, le saludé pero ni se molestó en levantar la vista de los papeles que ojeaba, supongo que se trataba de mi historial médico. No parecía muy excitado, imaginé que se encontraría con hígados cirróticos y pulmones nicotínicos todos los días. Cuando levantó su mirada hacia donde yo me encontraba, vi reflejada en sus ojos una masa informe de órganos putrefactos, empezó a hablar, de paliativos, morfina, anestésicos, repitió dos veces "horribles dolores" Yo tenía ganas de escupirle en la boca, a ver si con suerte le contagiaba uno de mis cánceres. Él seguía hablando, escuché "seis meses", nada nuevo, quise mesarme el pelo, pero recordé que ya no tenía, ¿no finalizaría nunca su letanía? Seguía pronunciando palabras mientras escribía mis recetas, al final arrancó un montón de hojas de su block y me las alargó con su mano, en su boca había una sonrisa que mezclaba empatía y condolencia. Me sentí mal, cogí las recetas y no pude evitar preguntarme cuántas pastillas cogen en un hombre.

Salí del centro de salud y las ganas de fumar me agobiaban. El viento y la lluvia no me permitían encender el cigarro. Volví a entrar y cerré la puerta, allí si pude encender el pitillo, con dos profundas caladas. Una enfermera me miraba, mezcla de asco y compasión, yo dejé que el cigarro se descolgara en la comisura de mis labios, miré de forma decidida a los ojos de la enfermera, desafiante, ella, avergonzada, agachó la cabeza y se alejó por el pasillo. Sonreí, nadie le sostiene la mirada a un moribundo.

1 comentario:

Diego Vazquez dijo...

También profetizas? es lo que nos queda, juas